Universidad Politécnica de Madrid Universidad Politécnica de Madrid

Escuela Técnica Superior de Ingeniería
Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas

“Hay que mostrar un profundo respeto hacia los animales, pero cumpliendo sus requerimientos, no los nuestros”

Aránzazu Mateos, técnica del Laboratorio de Bienestar Porcino en la ETSIAAB, sostiene que “no debemos caer en una visión antropomórfica del mundo de la ganadería”.


13-05-2020

Doctora ingeniera agrónoma, Aránzazu Mateos trabaja como técnica del Laboratorio de Bienestar Porcino en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas (ETSIAAB). En esta labor, colabora estrechamente con Ismael Ovejero, profesor titular del Departamento de Producción Agraria. Ambos forman parte del Comité Científico de la Organización Interprofesional Agroalimentaria del Porcino de Capa Blanca (Interporc), que ha elaborado recientemente un reglamento técnico de bienestar animal y bioseguridad para el sector. Mateos, adscrita al Departamento de Ingeniería Agroforestal, afirma que “hay que mostrar un profundo respeto hacia los animales, pero cumpliendo sus requerimientos, no los nuestros”.


Aránzazu Mateos

¿Qué aspectos engloba el concepto de bienestar animal?

Para los técnicos, ganaderos y otros profesionales del sector existe bienestar cuando se cumplen las famosas “cinco libertades” del informe Brambell de 1965, correctamente aplicadas e interpretadas: estar libres de hambre y sed, estar libres de incomodidades, estar libres de dolor, heridas o enfermedad, sentirse libres para expresar un comportamiento normal y estar libres de miedo o angustia. En esencia, puede decirse que el bienestar es la capacidad de un animal para hacer frente fisiológica, conductual, cognitiva y emocionalmente a su entorno.

Sin embargo, para el consumidor, puede que no sea así. Esto es debido a que la mayoría de los ciudadanos desconoce el mundo de la ganadería y a que existen movimientos, cada vez más activos y no siempre con conocimientos profundos, que se oponen frontalmente a la cría de animales para la obtención de alimentos (carne, leche, huevos). Nosotros, como seres humanos, tendemos a humanizar a todos los seres vivos de nuestro entorno. Por supuesto, yo también he permitido a mi perro dormir en la cama. Esta humanización de los animales la retroalimentan los medios de comunicación. No nos damos cuenta de que nuestro entorno óptimo (temperatura, humedad, velocidad del aire, presencia de mobiliario, utensilios) no es necesariamente el mismo que el de los animales, e incluso puede diferir notablemente.

¿Los cambios normativos son consecuencia de una mayor sensibilidad de los propios consumidores?

Si los animales no están en unas condiciones óptimas, se reducen sus rendimientos productivos, por lo que los primeros interesados en procurar unas buenas condiciones a los animales han sido los propios ganaderos. Apoyada en informes científicos, se desarrolló la legislación de la Unión Europea sobre las normas mínimas de protección de cerdos (y de otras especies), que ha sido traspuesta a nuestra reglamentación nacional.

Los animales mejor atendidos son los más productivos. Por ejemplo, la reproducción es una actividad de lujo para todos los animales. ¿De verdad creen que una cerda con una camada de 14 o 16 lechones es capaz de producir leche para todos ellos y sacarlos adelante si no estuviese en buenas condiciones?

Dicho esto, es innegable que la presión social juega, y previsiblemente jugará, un papel muy importante en la evolución de las normas relativas a las condiciones de producción en la ganadería intensiva. La tendencia actual por parte del consumidor es la de preferir producciones obtenidas siguiendo métodos de producción respetuosos, a sus ojos, con los animales. Y estoy de acuerdo; hay que mostrar un profundo respeto hacia los animales, pero cumpliendo sus requerimientos, no los nuestros. No debemos caer en una visión antropomórfica del mundo de la ganadería.

La percepción del bienestar animal difiere según las culturas y las propias personas. ¿Cómo se miden los resultados concretos para el animal? ¿Cuáles son las bases científicas?

Las percepciones tienen un gran componente subjetivo. En el campo de la investigación sobre el bienestar animal es preciso objetivar la evaluación del grado de bienestar, y no es tan fácil como podría pensarse; incluso hay diferencias entre especies en cuanto a los indicadores más apropiados. En general, los indicadores de bienestar pueden ser de distintos tipos: conductuales, fisiológicos, físicos y ligados a la producción. Y, en ocasiones, hay contradicciones aparentes entre distintos indicadores, por lo que se precisa numerosos estudios para sacar conclusiones sólidas. Para mejorar las condiciones de producción de los animales y fundamentar las normas de producción no sirven las apreciaciones subjetivas, aunque, con frecuencia, son las que motivan la presión social.



Nave de Bienestar Porcino en los Campos de Experimentación Agronómica de la ETSIAAB

¿Afecta a la salud de los consumidores el nivel de bienestar de los animales que acaban en su mesa?

A la salud del consumidor, no. Pero sí puede verse afectada, por ejemplo, la calidad tecnológica de la carne. Si un cerdo sufre estrés previamente a su sacrificio, pueden aparecer las llamadas “carnes problema”. Además de tener una apariencia no deseable, pueden no ser apropiadas para la obtención de productos elaborados.

¿Y puede ocurrir que un mayor grado de bienestar animal comprometa la seguridad alimentaria?

Sí puede suceder que el producto obtenido tenga más riesgo de peor calidad sanitaria cuando el sistema de producción no garantiza un control riguroso del entorno en que se encuentran los animales. En este supuesto, el de los sistemas de producción menos intensivos, es obligada una vigilancia exhaustiva de los productos antes de que lleguen al consumidor.

Pero si la pregunta se refiere también a las patologías que pueden sufrir los animales, he de decir que, cuando un animal está enfermo, nunca llega al consumidor. El primer control es responsabilidad del veterinario de la granja de origen, que no permite la salida de una animal enfermo. Y, en el matadero, los servicios veterinarios oficiales comprueban la descarga, los datos de los lotes de animales y su estado sanitario previo al sacrificio; después, en la línea de faenado, toman muestras de tejidos y buscan e inspeccionan cualquier irregularidad, incluso indicios de posible maltrato a los animales.

El reglamento en cuya redacción ha participado para el sector porcino es más severo que la legislación comunitaria. ¿Cuáles son esos requisitos extra?

Para cada uno de los eslabones que constituyen el sector de la producción intensiva (granjas de porcino, transporte de los animales, centros de sacrificio e industrias cárnicas) existen normativas específicas que tienen en cuenta el bienestar animal. El Reglamento Técnico de Bienestar Animal y Bioseguridad Interporc Animal Welfare Spain parte de estas normativas y establece procedimientos de control para certificar su cumplimiento. Y llega a detalles como, por ejemplo, las características que deben cumplir los bebederos, características que no están indicadas en la normativa vigente. Además, contempla sistemas de producción que son más restrictivos que lo fijado en las normas mínimas para la protección de cerdos en vigor.

Cabe señalar también que el reglamento no es documento cerrado e inamovible. A medida que avancen el conocimiento científico sobre el bienestar de los cerdos y el desarrollo tecnológico correspondiente, o que se modifiquen las normas europeas al respecto, se introducirán los cambios oportunos para garantizar que, en todo momento, la certificación de las granjas para el bienestar animal responda a exigencias debidamente fundamentadas.

Hay voces que lamentan que la normativa cada vez más exigente ahoga a los pequeños ganaderos, que no tienen la capacidad de adaptación de las grandes explotaciones.

La normativa en vigor, el Real Decreto 1135/2002, introdujo respecto a la precedente cambios importantes relativos al alojamiento de las cerdas reproductoras y obligó a que las explotaciones cumpliesen los requisitos de alojamiento de las cerdas al 1 de enero de 2013, por lo que los ganaderos tuvieron un plazo de diez años para adecuar sus instalaciones a la nueva situación. En su momento, eso conllevó importantes inversiones y hubo granjas que desaparecieron, generalmente pequeñas explotaciones familiares con titulares de edad avanzada y sin sucesores que continuasen como ganaderos.

En general, la renovación, la mejora y la modernización de las instalaciones suponen costosas inversiones, más difíciles de afrontar por los pequeños ganaderos que por los grandes; en buena medida, por la dificultad para repercutir los incrementos de costes en los precios de venta. No obstante, en nuestra opinión, la causa principal de las dificultades económicas de las explotaciones pequeñas es la continua reducción de los márgenes de beneficio, a la que solo en una limitada proporción contribuye la mejora de las instalaciones. De todos modos, no estaría de más que los consumidores que se dicen concienciados con el bienestar animal estuviesen dispuestos a asumir que los precios de venta deberían reflejar los posibles incrementos de coste derivados de la implementación de medidas respetuosas con el bienestar de los cerdos.


Este artículo forma parte del número de mayo de 'Savia', el boletín de la ETSIAAB.